En aquel remoto lugar
que, sin ser nuestro, nos pertenece
el Sol lo llena todo y juega,
cada atardecer, a ser un fugaz rey Midas
(no por cotidiano, menos asombroso)
justo donde el oro cobra perfil de ruina
y silenciosas, las chumberas cumplen
con su milenario rito
se aúpan y escalan las laderas
para ofrecer a cielo sus hijos.
y silenciosas, las chumberas cumplen
con su milenario rito
se aúpan y escalan las laderas
para ofrecer a cielo sus hijos.
... ...
Balcón de amaneceres
donde el invierno es una leyenda
contada por antiguos forasteros
entre sol y sol
con voz arrullada por ecos de olas
con voz adornada por mil estrellas
(temerosas siempre de que el viento las borre)
con voz de levante
con tinta de poniente.
Y, luego, el silencio
el silencio, escondiéndose del viento
¡Qué inconcebible resulta aquí el invierno!
luego el tiempo,
muy despacio,
muy despacio
muy despacio
nos trae la Luna.
Sale primero para nosotros
y se va, rodando
se va para revelar
más allá de las últimas cimas,
en otros cerros,
la plata esperanzada de los olivos
y luego, más allá, a otro mar
otro mar que no es el nuestro,
que muchos siglos fue el último.
Desde aquel rincón elevado
que, sin ser nuestro, nos pertenece
pude y puedo contemplar la curva
que acuna el mar,
trazo certero del Creador,
curva al fin, que tiene mis ojos llenos
y mis manos ausentes.
R.
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