rompe y derrama la fuerza.
¡Que se muere!
¡Que se está muriendo!
El mariposeo rojo y amarillo
busca doblar las columnas
con armónico estribillo.
La muerte se hace redonda,
perfecta, tan patente que pesa.
Siento una amargura honda
porque aquí nada es mentira
salvo que no estoy presente
cuando el tiempo expira.
¡Que se muere!
¡Que se está muriendo!
El tendido está vacío.
Un estoque de plomo me mata
mientras que me río.
Todo pasa y no estoy dentro.
Escribo de atardeceres ensangrentados
por el viento del Sur y encuentro
en mi cuaderno muchos ocasos
aprendidos ante el televisor
en largos días solitarios y laxos.
¡Que se muere!
¡Que se está muriendo!
¡Ay de mí! pobre poeta urbano
que hablo del reflejo de un eco
de un rugido azul, lejano.
¡Que se muere!
¡Que se está muriendo!
(Para ser del todo sincero digo
que nunca he estado en un ruedo,
es más, ni siquiera en un tendido).
R.
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