Creen que saben de mí
por cosas vistas en los balcones.
Aran el aire
con palabras
robadas de buzones oxidados;
pero ninguna es cierta
y, a la noche, se encogen
en despachos de paredes con fechas.
Hablan como hablaban,
sin acentos
con plomo
con tedio.
Creen que saben de mí
por mis iniciales del pañuelo.
Andan como andaban
con pasos inciertos
pocos y necios,
de agua negra manchados.
No hay camino que los quiera
ni acera
ni vereda
ni húmedas arenas
ni escalera de cadalso
ni tan siquiera el ajado
portal de los infiernos.
Las huellas malditas de sus malditas palabras
se pierden sin ecos
se van sin vuelos
se borran
como borra el tiempo
la mitad de los recuerdos,
como borra el poeta
desconocidos versos.
Quiméricos seres que me habitan
nacen de sus pesadillas
pero ninguno es cierto
aunque ellos los gritan
con los labios muertos,
en una lengua envejecida.
Nada llevo por dentro
salvo un dolor de aullidos
sordos,
como latidos
de un corazón sin vestidos.
Pero de eso, ellos nada saben
cegados por sus cristales,
aúpan sobre mentiras
cadáveres de verdades.
Cuando voy a encontrar sus miradas,
cuando silba el látigo de mis ganas
y los muebles se vuelven de agua
ninguno muestra su cara;
antifaces de humo a mi diestra,
diafragmas que se cierran.
Por mucho que trabe pestañas
por mucho que mire a la espalda
el cartón de las caretas gana
siempre la jugada.
R.